Friday 23 April 2010

Fundamentalismo de mercado

Se suele reservar el término "fundamentalismo" para la religión, pero es que la economía hoy se ha vuelto religión. En un artículo reciente sobre las nuevas tendencias del mercado laboral, uno de los blogeros más populares de España, Enrique Dans, declaraba en El País que:
"el mercado de trabajo no tiene por qué ser democrático"
En este contexto se entiende por democrático lo igualitario o simplemente lo justo. Sólo caben dos posibilidades: o bien esta postura se enmarca en la fe ilimitada en la justicia inmanente del mercado o, en el peor de los casos, en la spenceriana máxima de la supervivencia de los más aptos (que en el mencionado artículo son los que tienen dinero para pagarle a las agencias de colocación para que promuevan su CV). En cualquier caso todo, absolutamente todo lo que sucede dentro de una democracia es democrático pues está sujeto al estado de derecho, hasta los delitos, ya que incluso ellos están contemplados en el ordenamiento jurídico. Otra cosa es que la libertad, que la democracia garantiza y regula, haya permitido excesos que necesitan corregirse a la luz de deflaco global reciente.

Es cierto que el fundamentalismo del mercado ha contaminado el centro de nuestra sociedad casi sin darnos cuenta. Ahora toca regular esta situación para retrasar todo lo que se pueda la próxima crisis: en ello están todos los gobiernos (democráticos y no democráticos) en estos momentos.

Unos días más tarde, en el mismo periódico, Marcos Peña, presidente del Consejo Económico y Social de España ponía las cosas en su lugar con respecto al mercado y el trabajo en otro artículo:
"La centralidad financiera viene necesariamente acompañada de la depreciación del valor del trabajo. Del valor central por antonomasia. Del valor que ha cohesionado y estructurado nuestras sociedades."
Y se pone realmente serio cuando advierte:
"Se trata de un asalto que asedia, no sólo a las personas, sino también a todas las instituciones que las representan, y, en primer lugar, a los partidos y los sindicatos. Instituciones que, los más benévolos, en el mejor de los casos califican de retardatarias, de obstáculos del pasado que entorpecen el rápido disfrute del placer inmediato, primario, único: el lucro."

A propósito, en el mismo artículo Peña recomienda El Avaro de Molière, protagonizado por Juan Luís Galiardo en el María Guerrero de Madrid. La cultura es lo que tiene: a todo le saca punta.

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